9.6.11

Remontar

Remontando sus alas, tomando carrera, el niño abre sus brazos.
Y en su vida de fantasía está convencido: es posible volar.

Es cuestión de abrir las alas, nomás.

1.6.11

La eterna bienvenida

Si, lo vi.
Fue por la tarde, como todas las tardes, frente al mar.
De espaldas a su olvidado paso, mirando el horizonte, perdiéndose perdido entre las grandes oleadas que atacaban las costas de su mirada.
La ola más grande era el 1er minuto de llanto, la pesada lágrima, el dulzor amargo de sus ojos.
Lo vi, a unos metros.
Estaba muerto de pie. No sentía ni al viento.
Sus sentimientos habían volado hacia otros cielos, sus desconciertos habitaban en él, siempre en él.
Acobardado, sin fuerzas para luchar, se dejaba vencer por la soledad, una y otra vez, a un ritmo sin pausas, como un eterno grito.
Lo vi, estafado. Le ofrecieron su destino, y el terco aceptó: era una sal de mar sin espuma. Una roca sin dureza. Un abrazo sin eternidad.
Lo vi, muerto de pie. Pero con el puño derecho apretado señalando al sol.
Y recién ahí, sonreí.

Sabía que era todo un plan, una estrategia.
¿Quién sería capaz de darle el golpe mortal a quien pareciera estar liquidado? Nadie.
Y esa misma fue su idea.
Esperó a que el destino lo vea abandonado. Esperó a que la parca lo vea mortalmente golpeado. A que la suerte lo vea cansado. A que el amor lo vea olvidado. Esperó a que el viento ni lo roce. A que la luz lo deje en la oscuridad.
Esperó a instalar en todo lo que lo rodeaba el pensamiento de que ya era basura y que nada lo iba a hacer volver.
Pero yo lo vi.
Y lo vi cuando apuntó al sol con su puño derecho apretado, enfurecido y calmo.

Cuando todos creyeron en su caída, volvió. Y con una luz inmensamente capaz.
Con su mano golpeó el suelo, quebró las viejas raíces, y con la ayuda del mar, regó esperanzas para cosechar triunfos.

Lo vi, parado frente al mar, despidiéndose y dándonos, por última vez, la eterna bienvenida.